"Precisamente por su condición de hijo, el niño puede cambiar a los adultos en un sentido favorable (...) El niño no es en absoluto consciente de su influencia en la formación de los adultos y, por tanto, no se presenta conscientemente como APÓSTOL.
El niño puede cambiar a los hombres (...) El niño puede anular el egoísmo y suscita el espíritu de sacrificio. Esto ocurre cada vez que en una familia nace un niño, un hijo.
Así conmueve y forma Dios al adulto por medio del niño. Este es el significado que tiene el niño para la vida de los adultos. Por lo que representa el niño y por sus necesidades que debemos atender, podemos hablar de él como una gracia externa que entra en la familia donde desarrolla EL APOSTOLADO DEL NIÑO."
(Maria Montessori- Dios y el niño y otros escritos inéditos)
Parece que fue ayer cuando estaba viviendo mi particular "Nochebuena" con Miguel y hoy, así, de repente, como en un parpadeo, hemos celebrado el primer año de Miguel... ¡Y yo aún no me lo creo!
Por un lado sé que lo he disfrutado muchísimo y por otro... siento como si hubiera estado casi dos años (incluyendo el embarazo) constantemente apagando fuegos.
Y no es de extrañar porque Miguel... Miguel vino para sacarnos de nuestra comodidad desde que me hice ese test que yo sabía que iba a dar positivo y que J no se creía incluso viendo la rayita😂. Antes de ese test el momento que vivíamos era muy parecido al de los discípulos de la Transfiguración, cuando dicen eso de "Señor, qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas":
Tres peques con los que parecía que ya estaba "todo controlado" (solo parecía, pero soñar es gratis), una casa nueva estupenda que iba llenándose y decorándose poco a poco, unos cuantos proyectos perso-profesionales que parecía que por fin estaban tomando forma después de muchas montañas rusas y un matrimonio de entonces 7 años que parecía que empezaba a ver la luz al final del túnel de pañales, explosiones emocionales y noches en vela.
Pero, como también sucedió con los de la Transfiguración... no podíamos quedarnos allí. Miguel nos "invitó" a levantarnos y bajar de la montaña para empaparnos bien, bien, bien, más aún que hasta entonces de la vida concreta del día a día, esa que desgasta en secreto (y no tan en secreto porque a la vista están nuestras caras 🦝🐼) pero que es la llave de las puertas del Cielo (aunque la parte de la entrega se nos dé más "regulinchi" de lo que nos gustaría😉).
Porque Miguel... vino pisando fuerte. Removió todos y cada uno de nuestros miedos: el miedo a ser padres de nuevo, el miedo a perderlo, el miedo a no haber creado vínculo durante el embarazo, el miedo a no crearlo tampoco después del parto, el miedo a que estuviera enfermo, el miedo a tener que separarnos por un largo periodo de tiempo, el miedo a que no durmiera ni de día ni de noche, el miedo a que "fuera como S", el miedo a no saber hacerlo, el miedo a que no cogiera peso... el miedo a que todo eso fuera demasiado para un matrimonio que, desde que comenzó, apenas "ha tenido tiempo"... uno a uno todos nuestros miedos se fueron cumpliendo y del mismo modo en que vinieron... los superamos (o estamos en ello) y se fueron.
Y seguimos aprendiendo: S nos enseñó que éramos capaces de cosas que jamás habríamos imaginado, R nos recordó quién lleva realmente las riendas de "todo esto", M nos demostró que Dios no olvida a ninguno de sus pequeños y sigue haciendo sus "malabares" para cumplir nuestros-sus sueños...
Ahora somos "un poco diferentes" (por cuarta vez) y Miguel ha venido para que entendamos realmente que sí, que es importantísimo que les cuidemos a ellos, pero que más importante aún es que J y yo nos cuidemos.
Este año, que se ha notado "fuera" que no todo era de color de rosa, que no llegábamos ni de broma, que los despistes aumentaban exponencialmente, que vivíamos el 80% del tiempo en modo supervivencia, que las discusiones y enfados estaban a la orden del día, que parecíamos "menos pack" que otras veces... Mucha gente (más de la habitual) me ha hecho "la gran pregunta"... ¿repetirías?
Y REPETIRÍA, sin dudarlo, a pesar del miedo, de las noches sin dormir, del estrés, de la desconexión consecuencia del estrés, de la no intimidad, del cansancio, de las neuronas "fritas" que me hacen calentar en el microondas el tarro del azúcar en lugar del café, de las crisis matrimoniales fruto de todo ello, del bucle eterno, de la vorágine que a veces me impide pensar, sentir o casi respirar... repetiría cada uno de estos años que guardo como un tesoro, los repetiría día a día, minuto a minuto, desde el mismo momento en que dije eso de: "Yo Rocío, te recibo a ti J..."
Porque cada noche, cuando se hace por fin el silencio (antes... de ese silencio, no tanto😜) me sigo sintiendo la persona más afortunada de todo el Universo y se me salen las palabras del pecho, esas que vuelven a repetir eso de "Señor, qué bien se está aquí", aún sabiendo que a la mañana siguiente (o al minuto siguiente... todo es posible en una casa con niños), la llamada a la vida COTIDIANA me obligará a bajar de mi Monte Tabor de nuevo.
¡Qué bien hace Dios las cosas!
Gracias Miguel por obligarnos a bajar de la montaña y ser nuestro cuarto APÓSTOL INCONSCIENTE... no te imaginas cuánto te queremos!
Os comparto el resumen de su primer año de vida 😉
Un modo "cueva" con sensación extraña
Una de las decisiones que tomé después del postparto en confinamiento de M, fue que desde ese momento yo quería un "modo cueva" en mis postpartos. Esto es, básicamente, hacer como algunos mamíferos, que se meten en su cueva con sus crías recién nacidas para alimentarlas de manera exclusiva, en intimidad completa, sin luz ni ruido ni entradas o salidas... sin compromisos ni visitas.
Así que eso era lo que yo haría: Un modo cueva (de al menos un mes) que nos ayudara a crear el vínculo que nos faltaba, que nos permitiera hacer piel con piel todo lo que Miguel y yo quisiéramos, que supusiera una transición al mundo más cuidada para Miguel y que instaurara firmemente la lactancia.
Y en ello estábamos: persianas medio bajadas, ropa cómoda, silencio casi absoluto, un par de libros y a tope con la lactancia.
El ambiente era perfecto, yo me encontraba bastante bien... Pero algo había en todo eso que no sabía por qué, me estaba dejando una sensación extraña...
Algo le pasa... la importancia de la observación
Durante el primer año de R cayó en mis manos un libro que se llama "Bebés sin pañales" que me maravilló. Con él descubrí que los bebés igual que comunican desde el nacimiento cuándo tienen hambre o sueño, comunican cuándo van a hacer pis (o están haciendo) o caca. Por eso en muchos lugares no se utilizan pañales: cuando el niño comunica la evacuación se le lleva a hacer sus necesidades a un trozo de tierra, un lavabo...
Me fascinó, así que como buena apasionada de estos temas, tanto con M como con Miguel, he intentado ponerlo en práctica.
Y lo primero es OBSERVAR, observar al recién nacido, sus "rutinas" y pautas de sueño, hambre, vigilia... no con la idea de controlar nada, sino para descubrir esas señales con las que él va a comunicar la evacuación.
Así que, en nuestro modo cueva no podía faltar un cuadernito de observación. Y observando fue cómo me di cuenta de que Miguel, de repente, justo en la semana en la que empezaba a estar más activo, tuvo un retroceso importante y comenzó a aletargarse...
No era "normal", su comportamiento desencajó todos mis esquemas: ALGO LE PASABA pero no encontraba qué era.
La historia se repite: Miguel se estancó en el peso
Para completar el cuadro de las sensaciones extrañas, durante la visita al pediatra de los 15 días, Miguel NO HABÍA ENGORDADO, LITERALMENTE, NADA. Ni medio gramo. Nada.
¿Cómo era posible? No teníamos visitas, no salía a ningún sitio, me pasaba el día entero, 24/7 con el niño en el pecho, veía la leche con mis propios ojos correr por sus mejillas... ¿Cómo era posible que se estuviera repitiendo aquella pesadilla si esta vez, lo estábamos haciendo bien?
¿Sería el aletargamiento?
Cuando llegué a casa os reconozco que me senté en la cama... y me hundí:
"otra vez no, por favor, otra vez no". La Historia de S... se repetía.
Pero había diferencias: esta vez no me pillaba de nuevas. Bajé al trastero, desempolvé el sacaleches, las jeringuillas, las cánulas... y me puse manos a la obra: no iba a permitir que nuestra lactancia se perdiera. Fingerfeeding, suplementación con cánula mientras Miguel estaba en el pecho, suplementar con vasito, extraer leche entre tomas, extraer durante las tomas... ÍBAMOS A CONSEGUIRLO!
Y pocas fotos de mí veréis así pero... lo que no se ve no existe y necesitamos que esta realidad EXISTA Y SEA VISTA, así que tiro de valentía y ahí va la "mejor" foto de esos momentos:
No lo conseguimos, pasó una semana, siguiente revisión... y ni un gramo nuevo en la báscula...😔
Algo pasaba
Esa misma noche, de madrugada, me desperté del calor que desprendía Miguel... tenía fiebre... ¿qué se hace cuando un bebé de menos de un mes tiene fiebre? ¿Se le podrá dar algo?
Y ahí estaba Google... menos mal, para decirme que NO: que si un menor de 2 meses tiene fiebre es motivo para irse a urgencias.
5AM, llovía, bebé con fiebre y casi sin respuesta, sin coche en un barrio a las afueras que no tiene opción a transporte público... y mi mente intentaba tranquilizarme parada en la esquina esperando el taxi que nos llevaría al hospital mientras el resto del mundo dormía: será un virus, PCR, antitérmico y a casa.
Otro postparto "robado"
De eso nada. No era un virus: era una infección de orina. ¡Pero cómo era posible! El estancamiento, el cambio de patrones y el aletargamiento que yo había observado, fueron los primeros síntomas.
Habíamos sido muy rápidos, así que lo pillamos muy a tiempo. "Bueno -pensé- antibiótico y a casa, quizá tenemos que quedarnos unas horas si es intravenoso y ya"
...De eso... nada, 7 días, que de repente se convirtieron en 15 y se redujeron milagrosamente a 10 sobre la marcha.
No podía creerlo. Yo salía de mi casa con lo puesto, solo para un rato, para que me dijeran eso de jarabe y a casa... y de repente, sin comerlo ni beberlo, teníamos que ingresar sin fecha clara de salida. ¿Y S, R y M? ¿Cómo íbamos a estar separados tanto tiempo? No nos habíamos despedido, iban a despertar... y yo no estaba 😓
A mi cabeza le costaba no creer que estaba de postparto en el hospital durante esos 10 días de ingreso, era una sensación extrañísima acompañada de "demasiado silencio". Por otro lado, el pobre Miguel se pasaba las horas llorando a todo pulmón porque le molestaba la vía, así que estaba 24/7 en el pecho pero a veces estaba tan harto del mundo y de tantas perrerías que no se calmaba ni con eso.
Hubo un día muy crítico en el que Miguel rechazaba absolutamente todo: pecho, porteo, sueño, carro, cuna, almohada de lactancia, brazos... todo. Estaba desesperada porque no sabía qué le pasaba. Le observaba muchas veces mirar al vacío... y llorar desconsolado... ¡eran las paredes! Llevábamos más de una semana encerrados en cuatro paredes blancas de hospital en un momento en el que su guía interior le pedía desarrollar su vista.
Como diría Maria Montessori: Estaba siendo testigo directo de los sufrimientos del alma de mi recién nacido.
¿Qué podía hacer? El único sitio que podía tener "cosas" para mirar era el baño, pero no podía ir al baño con Miguel porque estaba enchufado a la bomba y el cable no llegaba... Ventana había una pero daba a la pared de un patio interior y no podía sacarlo a pasear por el pasillo porque aún había protocolo Covid.
Entonces me di cuenta de lo poco "montessorizados" que están los hospitales (ahí lo dejo, como idea...): qué poco costaría tener en esa habitación una colchoneta de suelo y un espejo de pared, unas láminas de animales reales o paisajes bonitos, unos cuadros con contrastes en blanco y negro...
Miré el gancho para el suero que había en el cabecero de la cama: era perfecto. Pedí a mi familia que me trajera el primer móvil Montessori (el blanco y negro), lo colgué en el gancho, puse a Miguel en su topponcino (que me regaló una de vosotras 😍) y... se hizo la calma. Era eso.
El día 10 de ingreso coincidía con el cumple de S... nos quedaban aún cinco días y la pediatra del turno anterior nos había dejado muy claro que NO nos iba a rebajar el ingreso porque a pesar de que el antibiótico había hecho su efecto y ya estaba todo bien, Miguel era muy pequeño. No os imagináis lo que lloraba por dentro siendo consciente de que no iba a poder estar cerca de S en su cumple y os podéis imaginar lo mal que lo pasó con la noticia el propio S.
Pero ya sabéis que Dios hace sus malabares perfectos. Esa mañana la vía por la que a Miguel le llegaba el antibiótico, sufrió una oclusión. Ya se había extravasado el día anterior y se la habían tenido que cambiar (con el sufrimiento que eso implicaba para el pequeño). Había que cambiarla de nuevo. Miguel no podía más, yo tampoco podía más... hasta aquí. Me negué y pedí otra solución para los días que nos quedaban: tendríamos que ir cada día a inyectar el antibiótico.
Y bajo esa condición nos dieron el alta y llegamos a casa para celebrar el cumple de S... ¡Eso sí que era un gran regalo!
Os reconozco que me ha costado mucho tiempo aceptar aquellos días de ingreso. Mi cabeza los bloqueó porque tenía que seguir adelante con la vorágine del día a día y en el fondo dolían. Dolían por la preocupación por ese recién nacido tan pequeño, dolían los intentos de coger una vía en esas venas diminutas y los otros tantos intentos de sondas, dolía por la separación repentina de mis otros tres pequeños, dolía por el cumple de S y dolía por el postparto soñado que una vez más no sería.
Así que sí, después de haber estado casi un año elaborando mi duelo por nuestro postparto soñado os reconozco que el postparto de Miguel lo siento un poco como el de S: un postparto robado.
Un bebé de alta demanda
¿Otro? Después de la experiencia con R y con M os reconozco que mi cabeza empezó a jugar con la idea de que igual mucha gente llevaba razón y lo de los bebés de alta demanda no era tan real y se debía más a nuestra percepción de padres inexpertos, quizá, en el caso de S, había sido incluso un fruto más de mi choque de realidad de mamá primeriza con postparto complicado y no era un hecho objetivo...
Pero Miguel vino a desmontarme la teoría absurda que me estaba montando: toma dos tazas de alta demanda.
Miguel era exactamente como S y la historia de S se estaba repitiendo con Miguel: No dormía ni de noche ni de día, solo quería estar en brazos, pegado a mí porque cualquier otra superficie tenía pinchos, en el pecho, los viajes en coche (taxi en ese momento... imaginad los pobres taxistas) eran con bebé berreando sin consuelo desde segundo cero, lloraba constante y urgentemente por todo y con todos, no quería saber nada de nadie que no fuera su madre... Era el bebé "borde" del barrio.
De nuevo habían llegado a mi vida los días sin duchar (un curso entero sin poder hacerlo a diario sin ayuda) y salir de casa se había vuelto a convertir en misión imposible, no tenía manos, no podía ni ir al baño... El asunto esta vez se complicaba más porque S era hijo único y ahora tenía otros tres pequeños hijos que también necesitaban a su madre, así que no podía pasarme el día entero en el sillón con el bebé pegado al pecho.
Pero esta vez mi cabeza repetía: "Pasará, Rocío, pasará, ánimo, es desesperante pero pasará, puedes hacerlo". Y lo hicimos y llegaron los 9 meses de Miguel y todo empezó a ser diferente (como ocurrió con S). Y sí, Miguel es de los pocos bebés de 1 año que NO SE ECHA SIESTA, ni una, salvo que dé la casualidad de que por accidente cierre los ojos y se alineen los planetas durante 20 minutos (no más), pero no me preocupa porque ya sé por experiencia que cada bebé tiene necesidades propias, únicas, especiales y diferentes y que eso no es indicador de lo buena o mala madre que es una... y que a quien no le guste... le abro mi paraguas para opiniones no pedidas sin problemas ☔
Remontamos un poco y el peso se estanca de nuevo
Después del ingreso la teoría era que el peso de Miguel se había estancado por la bacteria que le había causado la infección, y es cierto que a la vuelta Miguel cogió un par de kilillos...
Pero tras eso y de nuevo: nos estancamos.
Al contrario que en sus primeros días de vida en los que estaba claro que algo más no marchaba bien, ahora yo no veía señales de alarma: yo tenía leche de sobra, Miguel mamaba estupendamente, era un niño más que activo, se movía como una lagartijilla y sus patrones de sueño eran los patrones "normales" de sueño de un bebé de alta demanda 😂
Todo estaba en orden! Así que esta vez decidí agradecer de nuevo todo lo que aprendí con S, confiar en nosotros y seguir adelante, adelante con la lactancia y adelante con nuestra vida sin que el peso me quitara ni un segundo de paz: Miguel era un niño sano, activo, imparable, enérgico, precioso... y pequeño (como su madre, vamos)
Durante su primer año de vida no ha llegado a los 6kg de peso, pero ahora cerca del año, ya ha alcanzado los 8kg y estando todo el día en brazos... se agradece que sea un bebé pequeño . Incluso puedo decir que estoy segura de que él mismo también lo prefiere porque siendo un bebé tan activo su peso no ha sido impedimento para alcanzar rápidamente todo lo que se ha propuesto en cuanto al desarrollo del movimiento.
Ojalá en un futuro no muy lejano, se normalice que también existen bebés sanos pequeños.
A día de hoy, Miguel es un bebé feliz que vive jugando 24/7 y que tiene 3 hermanos que, como sus padres, le quieren infinito.
Y ese es el resumen (muy resumen) del primer año del pequeño Miguel: un año de pura supervivencia, precioso y difícil, diría que más que ninguno, pero que no cambiaría ni por todo el oro del mundo.
Nos vemos pronto y seguimos... ¡juntos al Cielo!
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