Siempre he pensado que hay dos momentos durante el año que nos invitan de manera ineludible a replantearnos qué estamos haciendo con nuestra vida.
Seguro que sabéis de qué momentos hablo: Septiembre, con el inicio del nuevo curso escolar, y Enero, con el comienzo del nuevo año natural, momento en el cual, a todos aquellos que no podemos evitar organizar nuestra cabeza conforme al año escolar, se nos da una segunda oportunidad de revisar cómo ha ido el primer trimestre y reconducir nuestros proyectos para lograr llegar a las metas propuestas.
Bien, pues primera oportunidad: ¡Hola Septiembre!
Nunca me ha gustado Septiembre. Para mí era el mes de acabar veranos maravillosos y volver irremediablemente a las cadenas del curso escolar. Septiembre era el mes del nudo en el estómago, nunca me ha gustado el colegio, tenía demasiados proyectos en mente, demasiadas cosas que quería probar, o experimentar, o aprender por mi cuenta como para perder el tiempo en el colegio, donde no podía aprender ni hacer ninguna de esas cosas que realmente me interesaban. Pero no quedaba más remedio que resignarse, cada año un nuevo Septiembre del que no podía escapar.
Este año es diferente. Este año, tengo un sueño.
Hace poco comentaba con mis amigas lo muchísimo que nos cambian los hijos. Es increíble. A veces sacan lo peor de nosotros, pero también, si nos dejamos, sacan lo mejor de lo mejor. Se acaban convirtiendo en el motor de nuestras vidas. Hace casi tres años que empecé a convertirme en madre y creo que en estos tres años he cambiado más que en los otros 24 anteriores.
Los hijos nos alientan a cambiar, nos dan el empujón que necesitamos para ser la mejor versión de nosotros mismos, desde las cosas más "tontas" hasta las más trascendentales.
Y aquí es donde entra este Septiembre. Después de casi tres años sufriendo una especie de metamorfosis que, en cierto sentido me ha tenido paralizada, procesando o intentando procesar todo lo que ocurría a mi alrededor y en mi interior, intentando organizar el caos externo e interno en el que me había arrojado la maternidad, ha llegado el momento de dejar salir esa pequeña mariposa que se ha ido formando este tiempo.
Y es que, querido Septiembre, este año sí que tengo un sueño. Un sueño que es mío, verdaderamente mío, de nadie más. Un sueño que por fin tiene la seguridad de poder volar en libertad y con el apoyo de los que más me quieren...
Querido Septiembre... ¡vamos a intentarlo!
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